
Supongo que a estas alturas de la película habréis oído hablar del ayuno intermitente. Lo resumiré rápidamente por si acaso: se trata de ayunar durante un número de horas determinado al día, que pueden ser hasta 16. Acabo de probarlo y este es mi veredicto.
La base sobre la que se apoya el ayuno intermitente es la siguiente: el ser humano se vio obligado a ayunar durante largos periodos hace millones de años; cuando aún éramos cazadores. Si no se cazaba, no había comida. A pesar de ello, teníamos energía suficiente para salir en busca de alimento con el estómago vacío. Los defensores del ayuno intermitente argumentan que lo natural y beneficioso en el ser humano es esto y no comer 5 veces al día, tal y como lo ha indicado la pauta alimentaria hasta el momento.
Decidí probarlo porque por qué no. El tema de la alimentación siempre me ha interesado mucho, al principio por estética (durante la adolescencia estaba obsesionada con las calorías y no engordar ni un gramo) y actualmente porque creo firmemente en la premisa de que somos lo que comemos. Me daba un poco de miedo al principio porque soy de esa clase de gente que siempre tiene hambre. Es una sensación bastante habitual en mujeres según he leído y en inglés se nos suele calificar como “emotional eaters” o comedoras emocionales. Las emociones y las hormonas afectan mucho a la relación que mantenemos con la comida. No sabía hasta qué punto sería beneficioso tirarme 16 horas sin comer y dedicar las otras ocho a zampar como una loca.

Lo cierto es que no me fue del todo mal. Quiero decir, no iba por las esquinas medio zombie muriéndome de hambre, que es lo que creía que pasaría. De hecho, me sentía bastante normal en cuanto a niveles de energía. El problema es que durante las ocho horas en que podía comer, se me hacía muy difícil calcular cuánto debía ingerir para obtener todos los nutrientes necesarios. Así que solía quedarme muy corta o excederme mucho. Los planes sociales también estaban bastante limitados.
Tuve la misma experiencia con el ayuno intermitente de 14 horas y el que mejor me ha ido es sin duda el de 12. Básicamente adelantas un poco la hora de la cena para procurar que pasen 12 horas hasta el desayuno del día siguiente. Así que suelo hacer mi última comida en torno a las ocho y media de la tarde. Lo cierto es que duermo mucho mejor y al día siguiente me despierto con un hambre feroz y el estómago completamente vacío. Me gusta la sensación.
También he leído que es la mejor opción en general para las mujeres que quieran practicar este método. Un ayuno muy prolongado puede comprometer el correcto funcionamiento de nuestro sistema hormonal y nuestro organismo, que al contrario que el de los hombres; está preparado para albergar vida.
Lo incluyo la mayoría de los días porque me hace sentir bien y realmente no me supone un esfuerzo extra, pero tampoco soy demasiado estricta con el tema y no he notado nada especial más allá de que descanso mejor porque me acuesto con la digestión hecha. Si una noche llego tarde a casa o salgo a cenar, lo hago sin problema. Al final, la clave para conseguir adaptar un estilo de alimentación a tu vida es precisamente que no interfiera en ella, o al menos lo mínimo posible. Si no, será inviable y en poco tiempo habremos vuelto a los malos hábitos.
Y vosotras, ¿lo habéis probado? ¿Cuál ha sido vuestra experiencia?
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